Novela negra. Pensamientos negros. Negra conciencia. La literatura que vende, de la que se habla, la que se recuerda y se promociona en eso que se llaman los medios, dicho en genérico, aboga ahora por el enfoque de la novela negra o, cuando menos, por derivaciones del género madre. Perversiones, que diría un purista. ¿La causa? Varias. Quizás una simple moda. O acaso sea el resurgir de una estética más acorde con los tiempos que corren, descastados y poco obsesionados con la supuesta finura de algunos escritores literarios, entendiendo el oxímoron en sentido perverso. Los editores han captado rápidamente el fenómeno y no hacen ascos a los ribetes de negritud que empiezan a proliferar en ciertas novelas recientes.
Disidencias
Filosofad, malditos
Savater, el filósofo vasco de la perilla blanquecina, escribano en todas las revistas, todos los periódicos, todas las editoriales, autor de todas las conferencias, rompió hace mucho tiempo, quizás demasiado, la tendencia de recluir a la filosofía, esa madre bonachona que nunca miramos con buenos ojos, en las fortalezas de las cátedras, los departamentos y demás organismos de los que se compone la cosa universitaria; esto es: el trauma de los estudios superiores. Savater sacó la filosofía a la calle o, en su defecto, la devolvió a los periódicos, que no son exactamente lo mismo que la calle, pero sí algo aproximado, emulando así al viejo abuelo Celaya, otro vasco de yunque y dulzura muerta.
El Jaguar
“Cuatro, dijo el Jaguar”. No hay personaje como el Jaguar: sucio, lascivo, totalitario, humano, demasiado humano, depredador y deslumbrante. Al Jaguar este año le han dado el Cervantes. Lo han incluido en la nómina de los escritores mayúsculos en español, en la lista de los padres indiscutibles, los dueños del idioma, que siempre son los escritores, no los académicos.
Minoritarios
Escribir para las masas. O escribir para un público selecto, reducido y tontaina. La cuestión no es baladí. Si uno escribe para el gran mercado, si logra como adelanto alguno de los envidiables cheques editoriales, si gana premio tras premio y recibe ofertas para cambiar el oficio de escritor por el de tertuliano, la crítica te mirará con malos ojos. Si es que te mira. Calidad y cantidad no acostumbran a ir unidas, aunque en literatura tampoco hay que generalizar. Si, por el contrario, uno decide escribir para un auditorio mínimo, una cofradía de elegidos –sobre todo en lo que a la poesía se refiere– o para un grupo de amigos eruditos, la crítica, acaso, termine por alabarte, aunque el común de los mortales te mirará con cara de broma cuando a la pregunta de cuál es tu oficio respondas que escritor.
La eterna canción
La discusión sobre las relaciones edípicas entre el cine y la literatura no acabará jamás. Hay que acostumbrarse. Cada equis tiempo saldrá alguien que se propondrá desentrañar el porqué de los eternos conflictos entre dos artes cuya única conexión es la sustancia narrativa, y cuyas divergencias son mucho más numerosas de lo que el común de los mortales piensa. Versan, casi siempre, sobre sus distintos lenguajes.