Remando al viento, que no es cosa fácil, uno termina casi siempre volviendo a los clásicos. En materia de elección literaria la libertad es la única norma que uno está dispuesto no sólo a respetar, sino a pelear con pacífica violencia. Hay quien considera que reincidir en los clásicos es un defecto snob, algo elitista, artificial incluso. Es la idea de quienes creen que todavía quedan ínsulas por descubrir. En literatura está todo dicho. La innovación consiste en decirlo de otra forma. Quien ha leído bien a Cervantes sabe que ninguna de las novedades editoriales, que se suceden en exceso incluso en estos tiempos de carestía, puede superar la inteligencia y la ironía de nuestro novelista mayor.
Disidencias
Memorialismo galante
Los hombres, de cierta manera, somos las mujeres que hemos amado. Por exclusión, también las que jamás conseguimos amar. En materia femenina, hasta el más exitoso varón no deja de ser un engañado, un iluso, un aprendiz. El arte de la seducción nos sitúa casi siempre en el lugar del meritorio. A ellas, en la cúspide. Seducir es un atributo femenino; cuando es un hombre quien practica el ritual por lo general se convierte en un cazador cazado, en un romano que antes ha sido griego, en un becario.
Los escritores ciegos
Los que no sabemos muy bien qué hacer con nuestra vida gastamos buena parte del tiempo leyendo libros, opúsculos y hasta los recetarios de las medicinas. El caso es leer. Uno se pregunta de dónde diablos viene este vicio secular que lo ha tenido infinitas noches sin dormir, bajo luces eléctricas, o perdiéndose el paisaje de la ciudad natal mientras devoraba los versículos signados por los muertos, como decía Quevedo, en un pergamino o en gavillas hechas de papel húmedo.
Brodsky
De nuevo escribiendo obituarios. Debería pedir empleo en una funeraria: “Se escriben misivas de despedida para finados ilustres. Precios asequibles”. A pesar de la costumbre que uno va adquiriendo con el paso del tiempo en este extraño oficio de escribir sobre muertos recientes, recién caídos, tengo que confesar que cuando se trata de escritores, mis héroes favoritos, la obligación se torna más placentera. No quiero decir que los difuntos del mundo de las letras sean mejores que el resto. La muerte nos iguala a todos, como decía Jorge Manrique. Sucede simplemente que la pieza sale con más facilidad: uno se conoce a sus escritores de memoria, cosa que no ocurre ni con otros artistas ni, por supuesto, con los difuntos anónimos, cuya única obra posible es su propia vida, desconocida en realidad por los demás.
Retablos de miseria e imaginación
La capacidad del teatro para remover conciencias, agitar estómagos y hacernos gritar hasta el desconsuelo han sido glosadas, hace siglos, por los clásicos, y explicadas gracias al abecedario de la dramaturgia más esencial. Que el teatro puede obnubilarnos y ofuscarnos es cosa conocida, pero que también puede hacernos pensar mejor gracias a su extraordinaria capacidad para augurar cuál será nuestro destino es una virtud menos frecuente, más rara que el aceptado beneficio catártico que se le asigna a cualquier pieza puesta sobre las tablas.
