Umbral, ya se ha escrito aquí alguna que otra vez, hace tiempo que no arriesga, que va a lo seguro y que gusta, esencialmente, de repetirse –lo ha hecho siempre, pero antes lo disimulaba con maestría– y repetirnos lo mismo: las cantinelas de su ego, que cada vez son más las crónicas de sus fobias que otra cosa. El maestro que fue se evaporó hace mucho tiempo, instalándose en el plácido territorio del aburguesamiento literario. Ahora publica uno de los nuevos diccionarios de autor que edita Planeta. Ya han salido tres –magníficos– relativos a la Historia (José María Valverde), la Política (Eduardo Haro Tecglen), la Filosofía (Fernando Savater) y las Artes (Félix de Azúa).
Disidencias
El malabarista del silencio
Se cumplen ahora diez años de la muerte de Italo Calvino, un escritor italiano nacido en La Habana, cuyos dos asideros vitales fueron la fábula y la ironía. Su estilo, sobrio, elegante, es de los que no hemos vuelto a leer nunca más por firma interpuesta. No es raro: Calvino era único. Le gustaban los anacronismos expresivos, la conspiraciones imaginativas, el malabarismo del silencio, los artificios engendrados gracias al ingenio y los aspectos insólitos del ser humano, ese animal que recubre con hojarasca psicológica aquello que quiere ocultar, que siempre es lo mismo: su propio desamparo.
Días contados
Del periodismo como género literario se han escrito tantas sandeces (ésta es sólo una más) que uno no puede resistirse a incrementar la lista. Ser original, en esto, como en cualquier otro campo del saber, resulta imposible porque, como nos enseñaron los clásicos, en la aparente originalidad no reside la semilla ni de la literatura ni de ninguna de las artes. Todo es plagio creativo. Lo diferencial es el tratamiento, la forma, el estilo con el que se plagia.
La isla final
El ensayo literario no es un género fácil. Se aleja bastante de lo que pudiéramos llamar literatura accesible al lector medio. Suele hacerse, casi siempre, por y para especialistas. Y practica, con frecuencia, los tres grandes pecados de lo académico: pesadez estilística, excesiva erudición y detallismo huero. Por eso cuando uno encuentra un libro sobre literatura que le descubre senderos desconocidos o ciertas facetas de un estilo –un escritor no es más que un arquitecto verbal– no puede sino pellizcarse en prevención de que tal inusual descubrimiento sea incierto, inverosímil o irreal. Un espejismo provocado, como le sucedía a Alonso Quijano, por las excesivas horas de lectura robadas al sueño.
De los vinos jóvenes
Dulzones y azulados, blue, blue blue, los editores se matan por las esquinas buscando jóvenes valores, gente potencialmente rentable que poner en sus catálogos, porque lo de ponerlos en nómina pasó, definitivamente, a la historia. Se requieren escritores de una nueva generación para una nueva estirpe de consumidores. Puesto que de lo que se trata aquí es de ampliar los mercados, todo lo referente a las generaciones convendría dejarlo de lado. Es un término gastado. Es más: siempre ha sido una falsedad.
