La prosa epistolar, igual que la que se cincela a golpe de ejercicios memorialísticos, tiene una naturaleza fragmentaria que constituye parte de su irresistible encanto. Lo que se escribe y se lee en dosis mínimas, a veces, es mucho más ameno que los discursos de largo aliento, los tratados sobre las pasiones y las armonías narrativas cuya elaboración requiere años y provoca más problemas de los necesarios; el principal, la pérdida de tiempo. Es la virtud de lo breve: los pequeños bocados resultan más deliciosos que los pasteles pantagruélicos, de los que se espera mucho y, cuando no lo dan, se sufren en demasía.
Disidencias
El último diente de Onetti
La crónica literaria, que es el artefacto que aspira a interpretar lo que sucede en la república de las letras, parece encaminarse por la veta de las necrológicas, las palabras de despedida y los artículos –por lo general lacrimosos– en los que se alaba la humanidad y los méritos del escritor que nos abandona después de una existencia consagrada al arte y a sus distintas suertes. La muerte es la que guía la pluma de los que nos dedicamos a manchar hojas volanderas. Una veces la causa es el destino; otras, algún accidente. Las menos, esos episodios en los que un demente –que quizás esté cuerdo– hace algo tan literario como volarse los sesos.
Diccionario de un viejo escéptico
Eduardo Haro Tecglen, escritor descreído, un habitual del terno del escepticismo irónico, tenía una de las prosas más caprichosas de las que se publicaban, en artículos, en los periódicos. Era su único patrimonio, junto con la firma y la memoria, de la que hizo un oficio deslumbrante y molesto. Las tres cosas las vertió en un libro ejemplar –Diccionario Político– que venía a ampliar un glosario sobre la misma materia anterior, publicado a mediados de los años 70, cuando en España no vivíamos en democracia.
Las heridas del cronista
El periodismo se nos va muriendo entre las manos como una paloma negra, desfondada, abierta. Algunos, presos de la nostalgia, recuerdan los tiempos míticos, grandes, en los que dirigir un periódico era una tarea reservada a los dioses, no a los mediocres. Otros suspiran por las lejanas noches de delirio y juventud que pasaron en vela leyendo a los padres del new journalism, aquella camarilla célebre de los Wolfe, Mailer, Thomson, Talese y demás. Tiempos pretéritos en los que todavía había tiempo para hacer buenos reportajes, periodismo de carne y hueso. [Leer más…] acerca de Las heridas del cronista
Elogio de la lentitud
¿Por qué ha desaparecido de nuestras vidas el placer de la lentitud? Milán Kundera, novelista checo afincado desde hace años en París, se la hace en su última obra, La Lentitud (Tusquets), un libro que se bifurca, como el jardín borgiano de los senderos, en dos historias paralelas que, al final del volumen, mitad ensayo, mitad tratado de filosofía tenue, acaban confluyendo en un único río y dejando la lector con la incógnita de si lo que ha leído es una novela o un engaño, suponiendo que ambas cosas no sean exactamente lo mismo.
