Uno de los síntomas más evidentes de que ya estamos en la precampaña electoral de las municipales, que siempre comienza un año antes de las elecciones, es que nuestros munícipes, esos genios del conocimiento, vuelven a hablar de la famosa ‘movida’, que en Sevilla es un problema más antiguo que la momia de San Fernando. Decimos hablar por decir algo, porque de este simpático asunto se viene discutiendo desde hace más de treinta años sin que ningún alcalde, ni los sucesivos candidatos, hayan hecho nada más que eso: hablar mucho para después, llegados al poder o instalados a la oposición, olvidarse rápidamente del asunto.
La Noria
La ‘matraka Murillo’
El gran Pepe Guzmán, involuntario maestro y fecunda influencia para todos los periodistas que pasamos, hace ya quizás demasiado tiempo, por las sucesivas redacciones de El Correo de Andalucía, esa ilustre institución del periodismoindígena, solía bromear con una frase que en su tiempo se convirtió en toda una leyenda. La resumimos en lenguaje analógico, que es el que corresponde. Interior tarde. Un domingo acaso sin fútbol (antes los había). Apertura de la sección de deportes. Página impar con cintillo a cinco columnas: «Boxeo». Siguiente página par, también con un cintillo digamos que generoso: «Más Boxeo». Impar inmediata, antetítulo expandido: «(Hoy nos ha dado por el) boxeo». Posmodernidad e ingenio.
El alcalde ‘executive’
Sosteníamos ayer, a la manera de Fray Luis, que el concertado alcalde de Sevilla, Juan Espadas, alias el quietista, se había entregado con el entusiasmo de un converso en manos de la derecha sociológica de la Sevilla Eterna. Siete días después, y algunos quebrantos más, nos encontramos en los amarillentos papeles con un soliloquio del regidor de extremo centro que sospechamos que no es casual ni espontáneo, sino inducido. En dicho monólogo (sin manos) Espadas no sólo confirma nuestras apreciaciones -sabemos que nos lee con la misma devoción que un adorable interino- sino que además nos da la chapa, cual alto ejecutivo de empresa, sobre las extraordinarias bondades de su modelo turístico. Ya saben: esa industria de la estampa (costumbrista) donde unos se forran y otros, especialmente otras, se dejan la espalda haciendo camas para alimentar a sus familias.
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El socialismo de los carruajes
A un año escaso para las elecciones municipales, cuyo devenir dependerá de si Su Peronísima adelanta las autonómicas, cosa que mientras más niega la Querida Presidenta más probable nos parece -Ella llama a estas cábalas «tonterías», como si su cerebro estuviera ocupado con los problemas filosóficos de Occidente-, las cosas van quedando, en lo que a la capital de la República Indígena se refiere, medianamente claras. Espadas, el quietista, que terminó de alcalde para evitar un mal peor (Zoido), ha entregado la cuchara. Con la misma devoción de un converso se ha echado en manos de la derecha sociológica, que en Sevilla es la que nunca da un palo al agua pero aplaudir -lo que se dice aplaudir- aplaude mucho. Con ganas y devoción marcial. Sí. Preferentemente si hay cornetas y tambores cerca, alguna cofradía de por medio o, en su defecto, algún monaguillo que anime la fiesta a la vera del Guadalquivir.
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Ensayo malaje con farolillos
Si hay un lugar común en la literatura de cordel sevillana -nos referimos a aquella que aún se escribe en los papeles- es el que insiste (todos los años) en esa perdición estilística, pero también moral, que es costumbrismo indígena. El fenómeno puede describirse de la siguiente manera: unos cuñaos, cual sabios de la Academia de la Atenas que no somos, saludan todas las primaveras la llegada de la semana de los farolillos con la teoría de que el real de Los Remedios es el escenario de un sueño idealizado merced al cual los sevillanos (todos) jugamos al juego de las mentiras de abril y celebramos nuestra forma de vivir la vida.
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