Cada vez que uno oye decir a algún pregonero que en la capital de la República Indígena existe una extraordinaria calidad de vida muere un poco la (escasa) inteligencia disponible. Adam Smith, el filósofo que estudió la riqueza de las naciones, escribió: «No puede existir una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados». La única excepción a esta norma es que los habitantes de esa nación sean unos perfectos ignorantes o unos absolutos inconscientes. Parece ser nuestro caso. De dar credibilidad a esta máxima, Sevilla, que ya sabemos que no es ni Muy Leal ni Muy Noble, sólo puede defender a su favor el título de Muy Mariana. Aquí a algunos les entusiasman las vírgenes de cera, lo que no quiere decir -ni de lejos- que sean buenos cristianos. Católicos, quizás sí. Porque ilustres creyentes sevillanos tienen entre sus virtudes sociales una capacidad infinita para la hipocresía y la ceguera ante aquello que tienen delante de los ojos.
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