Una de las paradojas más asombrosas de los Estudios Literarios, esa disciplina que aspira a construir una filosofía sobre la escritura artísticacon la ayuda de la Historia, el desprecio (temerario) a la Lógica y el auxilio (milagroso) de la Retórica, es que su propia materia no cuenta con una definición indiscutible, despejada o que sea universalmente aceptada, aunque a lo largo del tiempo haya sido nombrada con diversos términos –poesía, decían los antiguos: literatura, la rebautizaron los modernos– y remita a algo que, en el fondo, es inaprensible, fugaz y diríamos que hasta inquietante: una convención cambiante, que no deja nunca de moverse, se desmiente a sí misma y se transforma sin parar. ¿Una ciencia incapaz de delimitar su objeto de investigación merece tal nombre? Se diría que no. Y, sin embargo, desde Aristóteles a Steiner, la exploración sobre la naturaleza de lo inequívocamente literario no ha desfallecido un solo día en un arco temporal que se alarga durante siglos.
Las Disidencias en Letra Global.