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Letra Global

El mito de la caverna, versión 5.0

carlosmarmol · 4 abril, 2020 · Deja un comentario

René Magritte, el pintor belga, tiene un cuadro –La reproduction interdite (1937)– donde aparece un hombre de espaldas frente a un espejo que, en vez de reflejar su rostro, le devuelve su espalda. La imagen no muestra la identidad del protagonista, sino su reverso, que es la vista de una tercera persona ausente de la imagen. La realidad y sus simulacros, que pueden ser tanto las mentiras abiertas como las perspectivas insólitas de un mismo hecho, constituyen uno de los ejes de la historia del pensamiento occidental. Durante siglos los filósofos han debatido hasta qué punto nuestras percepciones coinciden o difieren de los hechos. Y cómo determinadas ensoñaciones, individuales o colectivas, ambas nacidas de nuestra conciencia, se convierten en objetivamente verosímiles. Es un fenómeno recurrente en todas las crisis culturales, esos instantes en los que un suceso que parecía impensable –léase el 11-S o la actual pandemia del coronavirus– se hace cierto. Las apariencias, es sabido, no son exactamente la realidad. Las imágenes traicionan. Magritte lo simboliza en otro cuadro, pintado a finales de los años veinte: Ceci n’est pas une pipe, el lienzo que nos presenta un útil de fumar que se niega a sí mismo. La pintura muestra una pipa, pero una frase inferior la desmiente porque el óleo no es más que la representación de la cosa. Michel Foucault, el filósofo francés, escribió un ensayo sobre esta paradoja especular creada por Magritte, donde una supuesta evidencia se anula a sí misma, creando una misteriosa discordancia. En realidad, el lienzo del pintor belga lanza un interrogante antiguo: ¿es cierto lo que tenemos por tal? ¿Está sucediendo, aquí y ahora, lo que vemos? ¿Acaso no somos las víctimas de nuestras propias certezas? ¿El mundo real lo es cuando nos resulta asombroso?

Las Disidencias en #LetraGlobal.

La democratización de la angustia

carlosmarmol · 28 marzo, 2020 · Deja un comentario

“Todos los hombres de genio son melancólicos, sobre todo los que se dedican a lo cómico”, escribió Hartley Coleridge (1796-1849), ensayista inglés e hijo del poeta Samuel Taylor Coleridge. Es cierto. Basta recordar las imágenes del trompetista Louis Amstrong solo en su camerino antes de salir a tocar. Un mundo secreto, en blanco y negro, lleno de melancolía, antítesis del espectáculo y su máscara. La tristeza, que a lo largo de la historia ha recibido distintos nombres y se ha encarnado en distintos cuerpos, desde el miedo a la depresión, no goza en estos tiempos de buena prensa. En la sociedad contemporánea quien que se aparta de la tribu para recluirse se ha convertido en un personaje inquietante, herético, anómalo. El pesimismo parece un pecado; el realismo, una anomalía. Todos debemos ser felices por obligación marcial, tal como establecía la Declaración de Derechos del Estado de Virginia, que en 1776 declaró como ineludible objetivo patriótico “la búsqueda y la obtención de la felicidad”. Una fórmula replicada en 1812 por la Constitución liberal de Cádiz, que justificaba la existencia del Gobierno con el argumento de procurar “la felicidad de la Nación”, aunque ya sabemos que para ser felices –e ineficaces– no basta uno, sino diecisiete.

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Barcelona, 1918

carlosmarmol · 21 marzo, 2020 · Deja un comentario

“El naturalismo –pienso– sólo tiene un defecto: ser verdad. La frase de Carnet de que los libros naturalistas se deben leer con un ramo de rosas al lado es una frase un poco cursi, pero incluye un consejo apreciable. El naturalismo no gustará nunca mucho porque implica la descripción y el reconocimiento de la cloaca –pequeña o grande– en la cual nos movemos. Sobre la cloaca montamos nuestras endebles, miserables convicciones”. Josep Pla escribió este extraordinario párrafo en 1918. Contaba entonces con unos escasísimos 21 años y, gracias al milagro de las analogías –esas similitudes circulares que a veces nos regala la Historia–, se encontraba, como nosotros un siglo y unos días después, preso de una cuarentena. Estudiante diletante de Derecho, ambicionaba hacer carrera en el mundo de las letras, sin saber exactamente por dónde y cómo empezar. Sufría una angustia íntima: no tenía resuelta la cuestión de “la independencia” (personal, se entiende). Se había visto obligado por causa mayor a abandonar Barcelona, donde cursaba leyes, para refugiarse una temporada en Palafrugell. “Como hay tanta gripe, han tenido que clausurar la Universidad”, escribía en su dietario el 8 de marzo de 1918. Era la súbita extensión de la devastadora epidemia española, tan mortífera como la Primera Guerra Mundial, que lo había convertido en “un estudiante ocioso”. En dos años esta pandemia pulmonar mató a cuarenta millones de personas en todo el mundo –una cifra similar a la actual población de España– y contagió a bastantes más, convirtiendo la neumonía en una desgracia corriente, común e hirsuta.

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Ernesto Cardenal, prosaísmo y cenizas

carlosmarmol · 14 marzo, 2020 · Deja un comentario

A Ernesto Cardenal (Granada,1925-Managua,2020) se le conoce sobre todo por una imagen que en 1983 dio la vuelta al mundo: arrodillado ante Juan Pablo II, que le apuntaba con un dedo de su mano derecha, igual que un Pantocrátor puesto en pie, recibía en la pista de un aeropuerto centroamericano barrida por los vientos calientes del trópico, esos aires abrasantes de tierra caliente, la reprimenda de un Papa –al que Ratzinger convirtió décadas después en santo exprés– por haberse sumado, como ministro de Cultura, al gobierno sandinista formado apenas cuatro años antes tras una revolución que, como en Cuba, derivaría en una dictadura absolutista que ahora tiene la forma de un predio matrimonial. Reina uno, pero mandan dos. No es extraño que su sepelio, celebrado esta semana en la fantasmal catedral de Managua, que se alza solitaria sobre las céntricas ruinas de una ciudad descoyuntada obstinadamente por los recurrentes temblores de tierra que provocan los volcanes, se convirtiera en una disputa (bajo suelo sagrado) entre los actuales sicarios del régimen de Daniel Ortega y sus deudos, que veían profanado con gritos, insultos y empujones el adiós en honor del último sacerdote revolucionario. Cardenal construyó, diríamos que con ahínco, esta imagen pública del santo terrestre con camisola blanca, barba canosa y boina a lo Guevara que hace mucho tiempo pasó a la historia, aunque su persona no se despidiera del mundo hasta hace unos días.

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El pujolismo, sátira triste y con espejo

carlosmarmol · 8 marzo, 2020 · Deja un comentario

“Money doesn’t talk, it swears” (El dinero no habla, huele). La frase, escrita por Bob Dylan en su particular Summa Theologiae –la canción It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)–, muestra de forma tan sucinta como ejemplar las fuentes del río desbordado que impulsa la historia política reciente de Cataluña, equivalente a la del resto de España, salvo por las indudables variantes topográficas y ambientales. Por analogía, es además una crónica de los hechos que, hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria, dan sentido a los últimos lustros de la plutocracia ibérica, tan generosa en personajes vulgares a los que las circunstancias, la absoluta falta de escrúpulos o la suerte encumbraron un tiempo en los altares de la fama. Muchos siguen (camuflados) detrás de la tramoya política. Otros cayeron desde la cumbre, despeñándose entre la indiferencia de sus herederos. A todos los unía una misma patología: el culto a la vanidad, cuya manifestación esencial es el dinero, pero que a veces acostumbra a disfrazarse bajo el espejismo del poder infinito.

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Ilustraciones: Daniel Rosell