El Quirinale acaba de sancionar, con un entusiasmo colosal, una ley que, entre otras cuestiones, ordena que el flamenco, esa música maravillosa que los socialistas decidieron un día que debía ser monopolio de la Marisma –basta leer El maestro Juan Martínez que estaba allí, de Chaves Nogales para desmentir esta patraña–, va a formar parte sustancial de los “contenidos curriculares” del ciclo educativo indígena. Aquí, muchos tocarán las palmas. Esta supuesta dignificación del flamenco, que nació como un arte bastardo y rebelde, llega algo tarde: han sido sus mejores artistas –desde Paco de Lucía a Manolo Sanlúcar, a los que San Telmo negó el luto institucional que sí concede a Her Majesty– los que, con su esfuerzo y talento, sin subvenciones, lo han convertirlo en una música respetada internacionalmente. La iniciativa de San Telmo alimenta una forma de populismo que, paradójicamente, en el fondo va a consumar la privatización (partidaria) y la cíclica instrumentalización política de un arte muy popular.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.