Todo viaje es iniciático. Se busca algo, se huye de algo o de alguien, se pone la proa rumbo a algún sitio, en apariencia geográfico, pero que en realidad termina siendo un destino sentimental. La odisea de viajar consiste en esto: ir adonde no se sabe cómo son las cosas con la esperanza fútil de que sean mejores que el sitio justo donde pisamos. Este proceso, que transforma nuestra identidad, enriqueciéndola, es exclusivo de los verdaderos viajes y ajeno a sus simulacros: excursiones, expediciones a la carta y el resto de variantes del turismo industrial, donde se viaja en horda o en comandita.
Literatura
Pliego de descargo
Los periodistas gastamos tanto tiempo contando lo que le ocurre a la gente, a otra gente, incluidos los políticos y otros seres sin importancia, que rara vez tenemos tiempo para contar lo que nos pasa a nosotros. La frase parece exacta. Se podría decir, se dice, de hecho, que contar nuestra vida no es, en realidad, nuestro oficio, que nuestra función social es ser objetivos –la utopía de los que se fingen neutrales, sin serlo–, unos meros notarios de la realidad pedestre. Esto viene a ser algo así como confundir la burocracia con la literatura y la cobardía con el sentido común. Aunque una cosa sí es aproximada: nuestro pecado de origen es degenerar, en ocasiones, hacia mundos excesivamente líricos, personales.
Lecturas para minutos
Herman Hesse, el autor de El lobo estepario, obra cuya adoración está tan extendida como justificada, sobre todo entre quienes nos consideramos miembros de la nutrida legión de los solitarios atávicos, tiene un libro, aparentemente menor, que en su momento compuso con un título descriptivo: Lecturas para minutos. Contenía una serie de reflexiones breves en las que el ingenio, el pensamiento sintético y la hondura filosófica reinan en minifundios verbales. Alianza Editorial las reunió hace unos años en su estupenda colección de bolsillo.
Fragmentarios
Una frase, a veces, dice más que un libro entero. Entonces sabemos, sin dudarlo, que estamos ante literatura fragmentaria: la que se construye con los ladrillos que Ramón Gómez de la Serna denominó greguerías, Sánchez Ferlosio, pecios y Cioran, nuestro suicida de cabecera, que no murió de suicidio, sino de la miseria de los viejos, aforismos. Hay quien cree que esta literatura es fruto de la pereza y quien, por contra, sostiene que se trata de una división sólo apta para los verdaderos genios, frutos de un talento que no requiere ni ensayos ni moldes ortodoxos para poder explicarse.
Literaturas de arte menor
La estrecha mirada con la que los estudiosos compendian la literatura de nuestros días, ya sea mediante antologías o agrupamientos varios nacidos al calor de alguna firma editorial, deja siempre fuera de juego a los que denominan géneros menores, esos libros en los que los críticos no encuentran materia suficiente de glosa y relegan bajo el argumento de que sólo son literatura de consumo, superficial; caprichos narrativos en los que la estética no se encuentra escondida tras metáforas imposibles o misteriosos personajes a los que poder analizar con lucimiento personal. Suelen ser éstos libros en los que las cosas están bastante claras. No hay simulacros. Son relatos de una simpleza rotunda que versan sobre asesinatos, amores, violaciones, desengaños, ajustes de cuentas; crudeza vital, en definitiva. Muchos de ellos son literatura negra.
