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Literatura

La ley de la gravedad

carlosmarmol · 31 marzo, 2019 · Deja un comentario

El buenismo es la religión (laica) de nuestros días. Y la dictadura de lo políticamente correcto la enfermedad (creciente) de los imbéciles. La noticia es de esta misma semana: la empresa portuguesa Porto Editora, que se dedica a elaborar material didáctico, ha censurado algunos versos de la Oda Triunfalescrita por Fernando Pessoa, probablemente el mayor de los poetas lusos tras Camões, al amparo del disfraz de uno de sus famosos heterónimos; en este caso Álvaro Campos, una de sus múltiples personalidades líricas. El argumento de la empresa para adoptar esta decisión –según las agencias de noticias– es la «preocupación didáctico-pedagógica» que, a su juicio, presentaba el hecho de que el autor del Libro del Desasosiego mencionara en algunos versos términos como «putas» y «masturbación». La obra estaba destinada a alumnos con más de 17 años. Hasta aquí, los hechos ciertos.

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Galdós, la llama que quema

carlosmarmol · 23 marzo, 2019 · Deja un comentario

Fue un “bachiller aplicadito”, según sus propias confesiones crepusculares, publicadas por la revista La Esfera bajo el irónico título de Memorias de un desmemoriado, que dictó, siendo ya completamente ciego y, por supuesto, absolutamente pobre, como corresponde a cualquier intelectual español. En ellas no cuenta ningún detalle personal, haciendo honor a la sabia costumbre de situar entre su intimidad y la atención de los demás una muralla, a ser posible china. “Las confianzas con el público me revientan. No me puedo convencer de que le importe a nadie que yo prefiera la sopa de arroz a la de fideos…”, le escribió en su día a Leopoldo Alas, el Clarín de nuestras letras. Benito María de los Dolores, cuyo nombre completo parece una fábula mágica, tan divertida como su extraña condición de isleño mareante –que es lo contrario a un perfecto marino, alguien que se marea nada más dejar de pisar tierra firme–, sentía una mística devoción por las señoritas y por el trasiego de las calles. Se cuenta que su familia, aprovechando los posibles de la rama de ultramar de la estirpe, lo mandó a Madrid a estudiar Derecho para alejarlo de Sisita, su hermosa prima cubana, cuyo verdadero nombre era María Josefa Washington de Galdós, que fue entregada en un repugnante matrimonio de conveniencia a un insigne prohombre en Trinidad, la perla colonial de la mayor de las Antillas.

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Salinger, un lugar en el bosque

carlosmarmol · 16 marzo, 2019 · Deja un comentario

Cien años después de su nacimiento en un lejano día de 1919, todavía hay quien se pregunta por los motivos que hicieron que Jerome David Salinger, Jerry para los inexistentes amigos, se convirtiera en un ermitaño, un escritor mítico cuya principal singularidad consistía no en lo que publicaba, sino en lo que dejaba voluntariamente de publicar. El misterio Salinger tiene una respuesta tan obvia que ha permanecido ante nuestros ojos desde el principio: el dolor de los otros. También podríamos llamarle miedo al rechazo o experiencia de la incomprensión ajena. En su caso no se trató de una mera hipótesis, sino de un hecho cierto, aunque la leyenda lo haya disfrazado con los ropajes del hermetismo y la egolatría, esa pasión de juventud. Incluso hay quien lo justifica por sus supuestas creencias védicas. Salinger, creador de criaturas como Holden Caulfield y la familia Glass –seres que contemplan la vida adulta desde el asombro y el rechazo–, proyectó en su escasa pero extraordinaria obra literaria sus padecimientos, reformulándolos gracias a través de la ficción. Su temprano éxito –El guardián entre el centeno, su única novela conocida, se publicó en 1951, convirtiéndose desde entonces en un libro seminal para varias generaciones de lectores– no fue en realidad tal. O quizás lo fue únicamente en términos editoriales.

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El Dios Montanelli

carlosmarmol · 9 marzo, 2019 · Deja un comentario

Los periodistas, a excepción de los gacetilleros costumbristas, que por fortuna cada vez son menos, somos tipos escasamente sentimentales, mayormente fríos y como de vuelta de todo, sobre todo si uno lleva algunas décadas largas en este oficio y ha oído ideas geniales que a los cinco minutos quedan en nada. Uno de los escasos objetos por los que casi todos profesamos devoción –una excepción en nuestra particular galería de escepticismos– son las viejas máquinas de escribir. Por lo general, ya no las utilizamos, pero nos gusta mucho mirarlas y soñar con un pasado que no hemos vivido. Las underwood norteamericanas son verdaderos objetos de museo, piezas perfectas y preciosas. Pero las primeras que disfrutamos con nuestras propias manos son las Olivetti italianas que destacaban por su diseño moderno y esencial. Con una de ellas –la Lettera 22, color coral– escribió toda la vida Indro Montanelli, periodista de cuyo nacimiento se cumplirá el próximo abril 110 años. Montanelli se hizo célebre por dos cosas: la impertinencia y la ironía. Frente al modelo aséptico de la prensa británica, extendido algo más tarde en Estados Unidos, en la Italia de su tiempo se practicaba la crónica satírica, polemista, ad hominen, que era algo así como una suerte de toreo con pluma: había que acercarse al animal, no bastaba con verlo a distancia y a cubierto.

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Memorias de un periodista

carlosmarmol · 2 marzo, 2019 · Deja un comentario

Los periodistas, escritores efímeros de hojas volanderas, somos por lo general incapaces de sacar adelante eso que algunos llaman textos de largo aliento, léase novelas o grandes ensayos de pensamiento profundo y estructurado. La profesión, salvo en los casos diagnosticados con la célebre patología de Onán, nos vacuna contra los peligros de la extensión excesiva y la autoficción, inclinándonos decididamente hacia la autobiografía personal, que es una de las formas de realismo subjetivo. Entre las dos variantes del autorretrato establecidas por Philippe Lejeune, el referencial y el ambiguo, tendemos casi siempre al primero, mayormente por deformación, aunque según sea el carácter el relato sobre la propia vida se llene de adornos, que no son lo mismo que las mentiras. Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943), probablemente una de las plumas más agudas, inteligentes e irónicas del periodismo de la Santa Transición, ha hecho justamente esto –un autorretrato del natural de su propia persona– en sus memorias profesionales, tituladas En silla de pista (Planeta). Un libro de 401 páginas, con su correspondiente breviario de nombres y apodos, donde resume su vida pública, que en buena medida es consecuencia directa de la publicada. Las memorias de Aguilar reivindican al periodista como hombre de acción (política) pero ocultan, por el procedimiento de enseñarlo sólo a medias, al hombre.

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Ilustraciones: Daniel Rosell