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Política

El sujeto y los adjetivos

carlosmarmol · 16 febrero, 2020 · Deja un comentario

La República Indígena vive, cuarenta años después del arranque de la autonomía, una suerte de déjà vu. Este término, procedente del francés, describe la sensación, entre sorprendente y extraña, que consiste en percibir en tiempo presente un hecho sucedido en el pretérito. Los científicos lo describen como una anomalía momentánea de la memoria, pero para los políticos de la Marisma, raza ubérrima de patriotas, se trata –sin discusión– de la Historia (con mayúsculas). Básicamente porque es su historia, aunque la presenten como si fuera la nuestra. Los patriarcas de la Santa Autonomía y sus sucesores nos dan con frecuencia la chapa con este asunto. Es natural: a su edad, que con suerte algún día será también la nuestra, es humano –demasiado humano– embellecer lo que fue ordinario, camuflar lo vulgar bajo un manto de terciopelo y sacarle brillo a las medias verdades. Lo que no es lógico es que tal pandemia identitaria –en una región cuya verdadera cultura es la mezcla– seduzca a parte de las nuevas generaciones políticas, asombrosamente más pendientes de los cánticos de sus abuelos que de lo que le ocurre a su propia generación.

Las Crónicas Indígenas en El Mundo.

La escisión de Podemos en Andalucía

carlosmarmol · 15 febrero, 2020 · Deja un comentario

Los trotskistas, esos poetas insensatos que defienden la teoría de la revolución permanente, tienen una cualidad única: nunca llegan a nada en política porque su purismo los conduce, de forma irremediable, a la división constante. Vargas Llosa lo explica, con los argumentos infalibles de la ficción, en Historia de Mayta, la novela que cuenta una revuelta campesina en Jauja, una localidad de la sierra andina, en aquel tiempo casi prehistórico en el que en el Perú existían setenta partidos marxistas-leninistas arrogándose ser representantes de la ortodoxia roja. Aquellos ingenuos, entre los que había ignorantes, santos, laicos, dogmáticos y asesinos, ignoraban –escribe el Premio Nobel– que “la revolución es una larga paciencia, una infinita rutina, una terrible sordidez, las mil y una estrecheces, las mil y una vilezas”.

Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.

¿Cultura, hay alguien ahí?

carlosmarmol · 14 febrero, 2020 · 1 comentario

Cuando uno decide ir a una guerra conviene tener un ejército solvente o, a lo sumo, un batallón que en el instante de iniciar una batalla no salga huyendo. Salvo en la Marisma, donde el gobierno de las derechas ha decidido acometer una ofensiva política para salvar a la República Indígena del pérfido conciliábulo formado por los sanchistas -que todavía se dicen socialistas-, los pablistas -burgueses todos, del Podemos inicial ya no queda ni el nombre- y los independentistas, esos señores sentimentales que quieren separarse de España porque dicen que son únicos, diferenciales y merecen más de lo que tienen, que ya es bastante. Pues bien: cuentas las crónicas periodísticas, y certifican además los hechos, que el presidente del Gobierno ha rubricado un acuerdo con Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, antigua activista en contra de los desahucios, merced al cual la Ciudad Condal va a recibir, con independencia de la parte del león que ya disfruta, de una inversión extraordinaria de 25 millones de euros -que al final serán más- para incrementar la inversión cultural en aquellos equipamientos de rango estatal existentes en Barcelona. A la cosa le han puesto el nombre de bicapitalidad cultural, pero consiste en lo de siempre: el Estado manifiesta un indudable e intenso cariño (presupuestario) a cambio de que determinados nacionalistas -como Colau, usualmente tibia ante el desafío independentista- atenúen su guerra temporalmente.

Las Crónicas Indígenas en El Mundo.

El ‘bicentralismo’ cultural

carlosmarmol · 14 febrero, 2020 · Deja un comentario

Lo hemos escrito en alguna ocasión: las palabras cuentan. En España, ese perfecto galimatías, sin embargo, su significado tiende a mudar en función de cuáles sean los intereses en liza, lo que evidencia las trampas –y egoísmos– que condicionan la discusión pública, donde a cosas que desde antiguo cuentan con su propio nombre se las denomina por conveniencia de manera distinta. Detrás de un eufemismo habita algo aún peor que una mentira: una media verdad. Tenemos un ejemplo en el debate sobre la capitalidad culturalcompartida entre Madrid y Barcelona, una idea resucitada tras el acuerdo suscrito por Pedro Sánchez y Ada Colau esta semana, después de la entrevista entre el presidente del Gobierno y el Ciudadano Torra, jefe virtual de la Generalitat, inhabilitado por la Justicia para el cargo que todavía ocupa. La propuesta, apoyada por amplios sectores sociales de Barcelona, consiste básicamente en que la Capital Condal reciba anualmente del Estado –que administra los impuestos de todos– una aportación económica para equipamientos culturales de naturaleza extraordinaria, al margen de la cantidad que ya percibe, del orden de 25 millones de euros. Hay quien piensa, entre ellos el ilustre Manuel Valls, que se trata de una fórmula inteligente para combatir al independentismo, que aspira a controlar las instituciones locales de Barcelona para ponerlas al servicio de su causa tribal. La prueba –dicen– es que la iniciativa ha contado ya con la significativa displicencia de Torra que, fiel a la tradición nacionalista, juzga la fortaleza cultural de la capital de Cataluña como un obstáculo para el éxito de su distopía regresiva.

Los Aguafuertes en Crónica Global.

El ‘mamelismo’ autonómico

carlosmarmol · 8 febrero, 2020 · Deja un comentario

Roberto Arlt, maestro de la columna impertinente, decía que una de las mayores creaciones de su tiempo –hablamos del Buenos Aires de los años veinte del pasado siglo– es el arquetipo del hombre que se tira a muerto. Dícese del individuo, sin duda merecedor de una apología, que domina el sublime arte de hacer como que trabaja sin llegar, por supuesto, a hacerlo. Trabajar, como sabemos, es un castigo divino que debemos sufrir por los pecados de nuestros ancestros. Pues bien, el hombre que se tira a muerto se opone a esta ley evangélica. Él va todos los días a una oficina, o a una empresa pública, y hace teatro. Un teatro sublime. Lo que no hace, en sentido estricto, es trabajar porque –como explica Arlt– cuenta con la connivencia de unas estructuras (políticas) que le permiten fingir, en lugar de obligarle a cumplir con su deber.

Las Crónicas Indígenas en El Mundo.

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Ilustraciones: Daniel Rosell