Óscar Wilde, que sabía mucho sobre la liturgia de los simulacros sociales, decía que la mayoría de las personas que se creen extremadamente originales no lo son. Sus pensamientos, en realidad, proceden de otros; han construido sus opiniones sobre los juicios ajenos; su vida es un ejercicio de emulación y hasta las pasiones, nuestros vicios más íntimos y sagrados, no son sino una mera cita a pie de página de un texto mayor. También le ocurre a las organizaciones políticas. La Noria del sábado en El Mundo.
Sevilla
Epístola de bienvenida
Inminente condestable y acordado candidato: Dispuesta la suerte electoral, que es convención pero también ley, y consumadas las alianzas, resultado de la voluntad de los sevillanos sin apellido, los astros señalan que V. M. será ungido hoy regidor de la tribu. Sabrá perdonarme que no le dé la enhorabuena. Se debe a exigencias de mi oficio y a una convicción íntima: las felicitaciones, sin obras que las amparen, aunque abunden tanto en nuestros pagos indígenas, son cantos de tenores huecos.
La Noria del sábado en El Mundo.
La cruzada
Para resucitar a la Inquisición conviene encender una hoguera. El desvío de fondos públicos en favor de la iglesia de Santa Catalina está despertando, en ciertas mentes preclaras, los fantasmas de un pasado que creíamos periclitado. Probablemente se deba a que sus inductores viven aún en un siglo pretérito.
La Noria del sábado en El Mundo.
Tres
A Bertrand Rusell, el gran filósofo lógico, le preguntaron una vez las razones por las que no creía en Dios. Su contestación fue la siguiente: «Si algo es verdad, lo es; y si no lo es, no lo es. Si es verdad debes creerlo; si no lo es, no debes creerlo. Si no sabes si es verdad o no, deberías posponer tu opinión. Lo que es deshonesto y dañino para la integridad intelectual es creer en algo sólo porque te beneficia y no porque pienses que es verdad».
La Noria del sábado en El Mundo.
Desiderata
Charles Bukowski, el gran poeta de la vulgaridad, escribió que la diferencia esencial entre una democracia y una dictadura es que en democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes. Con una dictadura no tendríamos elección: las órdenes llegarían antes y los votos serían prescindibles, aunque, como nos enseña la historia, todos los regímenes de poder absoluto intenten dotarse de un teatro de legitimidad vistiendo el muñeco plebiscitario.
La Noria del sábado en El Mundo.
