“La primera condición para llegar a ser director de periódico es carecer de imaginación”. Lo dice Ignacio Carrión, periodista de enjuto trazo, en la novela con la que ganó –en su día– el Nadal: Cruzar el Danubio (Destino). Un texto en el que antes que la historia lo que brilla, extraña, incluso sorprende, es el estilo. Es de ritmo lento, plomizo, repetitivo. Carrión, buen reportero, escritor brevísimo, imprime a su prosa la cadencia de un percutor. La novela se asemeja más a un cuadernillo de reflexiones varias, un divagar de pensamientos fragmentarios, que a un relato redondo, cerrado. No hay puzzle narrativo, no existe el tono de las grandes epopeyas. No hay incandescencia.
El signo de los tiempos
Los cambios no siempre tienen que ser evidentes para ser profundos. Y viceversa: muchas revoluciones terminan reproduciendo la misma placenta de la que surgieron. En Andalucía, que ha vivido estos días una Semana Santa llena de calor y políticos visitando altares, en la mayoría de los casos movidos por el interés electoral, vivimos un impasse tras los comicios del 22-M, que dejaron a los socialistas sin mayoría estable para gobernar y sitúan por primera vez en la cámara de las Cinco Llagas a dos nuevas fuerzas emergentes -Podemos y Ciudadanos- en las que casi un millón de ciudadanos han confiado las esperanzas de cambio desde dentro del sistema.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
Con las mujeres no hay manera
Las firmó con seudónimo. Anglosajón, por supuesto: Vernon Sullivan. Quizás lo hizo para ocultar su verdadero nombre, que era aparentemente ruso pero, en realidad, no dejó en ningún momento de ser francés. Boris Vian (1920-1959). Un loco. Un surrealista menor. Un visionario. Las publicó alrededor de los años cincuenta, cuando la capacidad creativa general, del tiempo histórico, por así decirlo, era más fecunda e interesante que ahora. Me refiero a una serie de novelas negras, en apariencia policíacas, entre las que se encuentra Con las mujeres no hay manera (Alianza Editorial), obra menor en extensión y pretensiones que, sin embargo, es lo más refrescante que ha caído en mis manos últimamente. Nada que ver con los aires lúgubres de eternidad que alumbran algunas de las novelas de moda.
Lunes de Pentecostés
Lo vimos venir el primer día, que fue exactamente el día después. Una semana más tarde ya podemos afirmarlo sin riesgo de error: no se ha enterado de nada. El análisis de los resultados electorales es un interesante ejercicio de equilibrismo argumental en el que los partidos políticos -apocalípticos e integrados- pretenden que los demás comulguemos con sus habituales ruedas de molino y aceptemos, sin temblar ni pensar, las interpretaciones que más convienen a sus intereses.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
El escritor fragmentario
Julio Camba era un filósofo con patas cortas, un pensador de retazos, un hombre fragmentario. También era un vago confeso, un tipo de esos que desprecian el poder, la fama y cualquier gloria derivada de su condición de genio, que nunca es admitida en público aunque en el fondo no deje de ser profesada en la felicidad del silencio. En un mundo con tanta humildad de boquilla, no viene mal a veces practicar este juego cínico: despojarse de las galas de la grandilocuencia sin dejar necesariamente de creer en uno mismo.
