Dentro de la cofradía de los costumbristas hispalenses (que no son exactamente los sevillanos) existe desde siempre, aunque esta eternidad pueda haber nacido, igual que el Juan Belmonte de Chaves Nogales, esta misma mañana, o como mucho antier, la convicción –por supuesto elevada a categoría de dogma– de que Sevilla no puede ni debe cambiar porque está hecha y terminada de una vez y para siempre desde hace siglos, igual que el Buenos Aires al que Jorge Luis Borges consideraba “tan eterno como el agua y el aire”, y cuya fundación (mítica) tenía por un cuento, porque en su memoria no era concebible un instante del tiempo en el que su ciudad, que en este caso es como decir su destino, no hubiera existido. Al igual que el escritor argentino, en el que se cruzaron las estirpes de los héroes de la independencia y una saga británica, el sable y la biblioteca, Antonio Burgos Belinchón (1943-2023), escritor y periodista, costumbrista mayor de la orden de la Sevilla Eterna, que esta mañana ha muerto con 80 años de edad en un hospital blanco, que es el verdadero color de la muerte, inventó su estirpe –la confluencia entre un padre sastre y una madre zapatera, instalados en el barrio de El Arenal de Sevilla, con raíces en El Viso del Alcor–, configuró un personaje (el hombre de El Recuadro, la sección del diario Abc donde comenzaría a publicar sus artículos, que después trasladaría a Diario 16 y a El Mundo) y terminó inventándose, en contra del primer mandamiento del propio gremio que presidía, una ciudad imaginaria –la Sevilla inmutable– que casi toda su generación todavía tiene por verdadera y que, como cualquier creación literaria, sólo existe en la prosa de sus libros y la tinta de sus artículos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.