Nabokov se pasó la vida huyendo. Primero, de los bolcheviques; aquellos asesinos que venían a salvarnos. Más tarde, de los nazis: dementes uniformados que veían en la muerte de los demás la llama ardiente de un macabro renacimiento. Del único sitio del que no deseaba huir fue expulsado con violencia: el San Petersburgo de su lejana infancia, donde se crió entre estrictos rituales aristocráticos, tres idiomas –ruso, inglés y francés– y un marcado sentido de lo procedente, que es una forma de reconocer a su contrario, que lo acompañaría de por vida, igual que su intenso amor por las mariposas, una de sus obsesiones más longevas.
Letra Global
El anarquista pacífico
Josiah Warren, un músico bostoniano del siglo XIX, nacido en el seno de una familia burguesa, está considerado como el padre intelectual del comercio justo, que es aquel que se consuma mediante la libre voluntad de las partes en función de los costes reales de una mercancía. Es la primera forma conocida de economía cívica. Y una de las vías más pacíficas que existen para ejercer la libertad individual frente a los inevitables deseos de sometimiento ante los demás. Sobre todo en la Norteamérica más temprana, tierra generosa a la hora de suministrar muchas historias vitales de seres extraños, y en apariencia locos, capaces de renunciar a su origen para alcanzar el sueño de ser ellos mismos contra viento y marea.
El escolástico impertinente
Una opinión que no se sustente en un argumento no vale nada. Es una de las grandes enseñanzas intelectuales de Gustavo Bueno, cuya muerte, hace ahora casi un año, coincidió con la extinción de la filosofía del bachillerato preconizada por la Lomce. Todo un símbolo: la educación obligatoria desechaba así siglos de pensamiento en beneficio de efímeras doctrinas pedagógicas. Bueno, padre del materialismo dialéctico, germen de la escuela de Oviedo, fue uno de esos filósofos obstinados y en apariencia antiguos cuya característica básica es la firme voluntad de articular un sistema integral de pensamiento crítico. Con sus virtudes y sus defectos. Esta actitud lo convirtió, paradójicamente, en un intelectual moderno: alguien capaz de pensar por sí mismo. Sin intermediarios. Sin condicionantes. Y sin miedo al juicio de la horda. Lo único que le importaba eran las razones basadas en hechos objetivos. Nada más.
Los ladrones de palabras
No existe nada más poderoso, y al mismo tiempo más peligroso, que la verdad. En literatura suele ser una verdad íntima, personal. En periodismo, en cambio, nos manejamos con lo que llamamos la verdad pública, que es una aproximación inexacta, pero sincera, a los hechos ciertos. Ambas cosas –el periodismo y la literatura, la intimidad y el rostro que proyectamos ante los demás– en el fondo vienen a ser la misma cosa. De ambas escribió con una maestría envidiable George Orwell, cuya obra como cronista y novelista se adelantó a su tiempo, creando algunos de los conceptos gracias a los cuales entendimos –demasiado tarde– la larga cadena de los totalitarismos del siglo XX, que aún siguen vivos, disfrazados bajo nuevas formulaciones, como la famosa revolución de las sonrisas, en el tiempo de nuestro presente.
El niño que pinchó el globo
Juan Goytisolo, difunto reciente en Larache, vivió en mitad de ninguna parte, que es la patria de los auténticos apátridas. De su recorrido por este mundo ancho y ajeno, al decir de Ciro Alegría, uno de los padres de la literatura indigenista peruana, dejó muestras de las dos únicas formas posibles: narrando algunos acontecimientos personales y evocando, con el lirismo que sólo es posible conseguir a través del prosaísmo literario, vivencias íntimas; desnudándose, en definitiva. Cualquiera que quiera descubrir el itinerario vital de Goytisolo y de paso aprender un poco de la vida debería leer Coto vedado y En los reinos de taifa.