La vida, en demasiadas ocasiones, nos trata igual que a un bandoneón. Primero nos estira el cuerpo hasta descoyuntarnos; después nos recorta el esqueleto. Ahora que los monos devastan el hogar, cuando no queda ni una esquina en pie del templo que creíamos que sería un edificio sólido y perdurable, cuando la selva retorna de improviso, invade la ciudad y la hiedra devora las columnatas, en mitad de este tórrido calor demencial, una buena parte de los jóvenes (andaluces) deciden abandonar la patria, esa ficción, para lanzarse a la aventura de los caminos. Emigran en busca no tanto de mejores horizontes, sino de uno que, aunque difuso, teórico y frágil, pueda ser válido por lo menos durante un plazo de tiempo razonable. Hacen lo que deben. Y hacen bien.
Andalucía
Justicia poética
Sir Winston Churchill, célebre por haber perdido unas elecciones después de ganar una guerra y ser un consumidor compulsivo de habanos, esa obra de arte tan efímera, sostenía que el precio de la grandeza reside en la responsabilidad. A juzgar por lo que llevamos contemplando desde hace demasiado tiempo en Andalucía, vivimos en un país de gente que es incapaz de asumir las consecuencias morales de sus propias acciones.
El retorno a la aldea
Rousseau dice que “una urbe está compuesta por casas, pero una ciudad sólo la forman los ciudadanos”. La democracia podrá residir, quién lo duda, en las grandes cámaras estatales, incluso tener su correspondiente réplica menor en el ámbito autonómico, pero difícilmente se entiende sin los ayuntamientos, las asambleas originales. La política nació en una colina de Atenas donde las familias decidían, juzgaban y resolvían los conflictos inmediatos. Después, las guerras, los imperios y la constitución de los estados-nación complicaron mucho más este panorama, pero, en el fondo, la esencia de la democracia siempre ha consistido en lo mismo: sentarse en círculo para discutir los problemas del vecindario.
El silencio de la abstención
“Yo no sé más de gobierno de ínsulas que un buitre”. Es la confesión que Sancho Panza le hace a don Quijote antes de que éste le regale su excelente tratado sobre el buen gobierno. Cervantes contrapone en esta proclama el sentido nobiliario del poder, representado por la figura del caballero andante, a la rapacidad de los vasallos rurales que sin entender la responsabilidad que implica gobernar un país están decididos a probar “a qué sabe ser gobernador”. [Leer más…] acerca de El silencio de la abstención
Contingencias imperiales
“Es la vanidad tan vana, y el mundo tan mundo, y los perdidos tan perdidos, que con deseo juvenil velan por alcanzar una cosa y después se desvelan por salir de ella”. En España, donde nunca tuvimos un Montaigne, tenemos a Antonio de Guevara, preludio del ensayismo que tantas glorias literarias ha dado después a nuestras letras patrias y tan escasa cosecha ha recogido en los ámbitos políticos y sociales, donde el simple hecho de pensar se ha visto siempre como un grave pecado capital. Ya se sabe: en las tierras indígenas la mentalidad debe ser ancestral y primitiva. Lo que cuentan son las certezas, no las dudas; no digamos ya las abstracciones.