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Literatura

El Surrealismo: sueños y pesadillas que cambiaron el arte

carlosmarmol · 28 septiembre, 2024 ·

La paternidad todavía está en discusión, como ocurre –con frecuencia– en tantísimas familias con abundante prole, pero los innumerables vástagos del surrealismo, con seguridad la corriente más influyente de las efímeras vanguardias de principios del pasado siglo, se han multiplicado y, respondiendo a la secular profecía del libro bíblico del Génesis, han acabado colonizando la Tierra y también su único satélite: la luna. Dentro de veinte días se cumplirán exactamente cien años del Primer Manifiesto del Surrealismo, publicado (sin encomendarse a nadie) por André Breton, asesino profesional de todas las convenciones y de quien el mexicano Octavio Paz, que lo conoció en París a mediados de los años cuarenta, decía que era como Jano, el dios romano que abre y cierra todas las puertas, señor de los comienzos y patriarca de los finales. Representado por una figura (de perfil) con dos caras, Breton podía ser una persona encantadora y un ayatolá negro, decidido a castigar cualquier revisionismo. No existen las iglesias sin dogmas. Y Breton fundó, adelantándose a otros coetáneos suyos, una nueva religión: el catecismo que, de forma voluntaria, aparta la creación de la razón y la entrega a los caprichos (muchos de ellos soberbios) del subconsciente.

Las Disidencias en The Objective.

La literatura epistolar de Mario Levrero

carlosmarmol · 20 septiembre, 2024 ·

No existen demasiadas imágenes de Mario Levrero (1940-2004). Las fotografías disponibles, en general, son de escasísima calidad, con una resolución menesterosa y una composición horrenda. Casi se diría que el hombre que aparece retratado en ellas –un escritor sin excesiva fortuna que, entre otros oficios pasajeros y alimenticios (librero, cómico, editor, guionista, editor, dibujante de cómics), se ganó la vida confeccionando crucigramas y pasatiempos en varias revistas de entretenimiento– despreciaba el instante decisivo con el que Cartier-Bresson identificaba la fotografía. Cosa paradójica, pues entre sus aficiones figuraba hacer retratos con su propia cámara. Da la impresión de que a Levrero lo que le interesaba era estar fuera del cuadro, no salir nunca de la penumbra, como si no le diera importancia a la posteridad o despreciase, signo indudable de inteligencia, cualquier clase de gesto o artificio social. Por supuesto, se trata de un espejismo. Levrero tenía un ego colosal, equivalente a una montaña.

Las Disidencias en Letra Global.

José Eustasio Rivera y su viaje a las tinieblas del caucho

carlosmarmol · 16 septiembre, 2024 ·

José Eustasio Rivera (1888-1928) murió en Nueva York una mañana de diciembre. Con seguridad, en las calles nevaba, pero su cuerpo ardía como una rama a punto de quebrarse. Hay quien sostiene que su deceso aconteció por un derrame cerebral súbito, precedido de una hemiplejía; otros afirman que las convulsiones que zarandeaban su cuerpo se debían al paludismo contraído, tiempo antes, en las húmedas selvas fluviales de Colombia. Cabe la posibilidad de que ambas versiones sean correlativas y la malaria, instalada en su sangre, causase su muerte cerebral. Se le incendiaron las sienes. No volvió a ver más la luz del día. Rivera, cuyos restos están enterrados en el cementerio central de Bogotá, peregrinó –in articulo mortis– desde Estados Unidos hasta la capital de Colombia en un trayecto que, según explican las crónicas, duró cuarenta días y exigió transbordos de toda clase. Su viaje final no fue tan sencillo como cruzar la Estigia –representación clásica del tránsito a la otra orilla, de la que ya no se vuelve más– pero, de cierta forma, tenía un sentido. Al menos, si se entiende de manera inversa, porque fue también un tormentoso viaje el que sellaría su destino y elevaría su nombre al ilustre panteón de los escritores de la literatura hispanoamericana.

Las Disidencias en The Objective.

La memoria ‘humilde’ de Ignacio Martínez de Pisón

carlosmarmol · 13 septiembre, 2024 ·

Ignacio Martínez de Pisón (1960) es uno de esos tipos que suelen caer bien a (casi) todo el mundo. Una rareza en la república de las letras. Aún más en un mundo como la industria editorial, donde las capillas, las afinidades y los intereses mutuos, igual que sucede en otros ámbitos profesionales, gozan de la indudable atracción de la eficacia, aunque sea a cambio de sacrificar determinados valores morales. Nada es perfecto y no se puede aspirar a todo en esta vida. El escritor aragonés, uno de los autores que mejor ha sobrevivido al irregular devenir de la nueva narrativa, aquel intento de los sellos editoriales de renovar el panorama de las librerías en los comienzos (tan inciertos) de la Santa Transición, acaso como un gesto tardío de autoreivindicación ante la pujanza de la literatura en español que veinte años antes había irrumpido desde América con éxito de crítica, público y ventas, ha mantenido una esforzada carrera de fondo –y esto ya es un gran triunfo– pero no lineal. Sus libros más tempranos (mantiene fuera de catálogo varios títulos) ignoraron de forma consciente la tradición de la narrativa de posguerra.

Las Disidencias en Letra Global.

George Orwell y la profecía de la ‘posverdad’

carlosmarmol · 10 septiembre, 2024 ·

“Era un frío y luminoso día de abril y los relojes marcaban las trece. Winston Smith, con la barbilla en el pecho, se esforzaba en burlar el molestísimo viento. Se deslizó con rapidez entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria (…) El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, pegado a la pared. Un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de cuarenta y cinco años con un bigote negro y facciones hermosas y endurecidas”. Los lectores que pasaron, siquiera de manera fugaz, por las librerías londinenses el 8 de junio de 1949, hace 75 años, se encontraron con esta descripción ambiental, precisa y construida a partir de una poderosa imagen, al abrir la primera página de una novela, publicada por el sello Secker y Warburg, en cuya cubierta se leía –escrita con letras, en lugar de con números– una fecha de cuatro dígitos: 1984. Su autor moriría (prematuramente) unos meses tarde, tras rendirse ante una tuberculosis contraída por haber vivido como un vagabundo callejero y anónimo para experimentar en primera persona el azote de la pobreza y poder escribir sobre ella. Era, claro está, un periodista. Esto es: un escritor realista. Y, sin embargo, se despediría de esta vida –recién salido de sus segundas nupcias– con una fábula sobre un mundo imaginario en el que el fanatismo rige la vida de unas personas que casi han dejado de serlo.

Las Disidencias en The Objective.

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Ilustraciones: Daniel Rosell