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Periodismo

Ruano, el asombro y el espanto

carlosmarmol · 22 agosto, 2021 · Deja un comentario

Uno de los síntomas más alarmantes de cómo ha cambiado el valor social de la literatura, un arte milenario y consustancial a la condición humana, es su transformación en hagiografía; acaso el más ridículo de todos los géneros porque persigue un rarísimo unicornio: esa forma de bondad natural que, salvo contadísimas excepciones, por desgracia nunca responde al diagnóstico de la inmisericorde realidad. Los santos, como sabemos, no existen. Y si de verdad existieran, en contra de lo que afirma el santoral, serían escasos y excepcionales. Algo así como los happy few de Enrique V, el drama regio de Shakespeare. Una banda de hermanos ejemplares. No es fácil pertenecer a semejante club. Mucho menos en el mundo de las letras, que desde siempre, igual que otros ámbitos, se ha convertido en un charco donde el agua es más bien escasa y emergen, con sus colmillos infalibles, los cocodrilos. La cuestión no es nueva. La historia de la literatura es una cosa; la literatura, en el fondo, otra distinta. La primera tiene la forma de un relato –cambiante– construido a posteriori. La segunda es el misterio (verbal) que nos hace sentir cierta simpatía, en su sentido etimológico, por personajes que desde el punto de vista ético no reúnen las cualidades de las vidas piadosas.

Las Disidencias en #LetraGlobal.

Los dioses de época de Valentí Puig

carlosmarmol · 31 julio, 2021 · Deja un comentario

Josep Pla, probablemente uno de los mejores escritores de periódicos que han visto los siglos pasados y verán los venideros –a estas alturas del tiempo ya podemos decirlo sin errar–, tiene un libro maravilloso entre su larga colección de asombros literarios que se titula Las horas. En su prólogo, firmado junto a la chimenea del Mas Pla en 1971, hace ahora casi medio siglo, una década antes de su muerte, escribe: “Este libro representa un calendario más o menos lírico, más o menos poético; pero, como el libro está escrito en prosa, nunca acaba de desprenderse de la realidad más terrestre (…) Lo he titulado Las horas porque es un título grave, adecuado y bonito (…) Aunque la presión del paso del tiempo es dolorosa y a veces insoportable, soy partidario de no eludirla, porque mi experiencia me lleva a creer que sólo quienes sienten ese dolor sordo –o agudo– aprovechan la vida, en el sentido más general del término, y aprovechan para tener alguna idea de sus maravillas”.

Es una definición perfecta del arte (tan incomprendido) de escribir dietarios, donde la memoria se entrelaza con los hechos, los recuerdos cohabitan, no siempre fielmente, con las sensaciones y, en el caso de los grandes memorialistas literarios, se hace verdad lo que escribió Machado (Antonio) en su Retrato: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”. Salvo para los creyentes, que confían en la trascendencia del alma y tienen resuelta de antemano la gran incógnita, el común de los mortales no contamos con otra deidad más a mano que nosotros mismos. Tal evidencia no expresa egotismo, sino sabiduría: el paso del tiempo y el tránsito de las hojas del calendario van reduciendo los encuentros, las sorpresas y las compañías. En eso consiste crecer. El argumento de ese cuento (de terror) que llamamos envejecer, cuyo único atenuante –remedio ya sabemos que no existe– pasa por aprender a convivir con el desconocido que habita en nuestro interior y encontrarle armonía a lo que decía Borges: “He observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso”.

Las Disidencias en #LetraGlobal.

Latinoamérica y otras (malas) suertes

carlosmarmol · 2 mayo, 2021 · Deja un comentario

La gran diferencia entre el periodismo excelente y el mediocre, casi siempre, es una cuestión de trascendencia. El primero es capaz de relatar los hechos sustanciales de las cosas a partir de sus causas, sus circunstancias y sus consecuencias; el segundo, en cambio, es aquel que tiende  a ponerse estupendo, lanza tesis sin sustento y convierte el acto de ir a un sitio para contarlo en una narración onanista donde quien narra es mucho más importante que lo que se cuenta. Todos los periodistas tenemos ego, pero el oficio nos ha enseñado a disimularlo, al contrario que los poetas, a los que su yo los precede y, en muchos casos, los agota demasiado pronto. En el libro (ejemplar) que el periodista norteamericano Jon Lee Anderson(Long Beach, 1957) ha publicado este año con una selección de sus crónicas sobre América Latina durante la última década –Los años de la espiral (Sexto Piso)– hay piezas maestras del arte del relato de no ficción, perfiles eternos de estatuas de carne y hueso, retratos de jerarcas, caudillos y malandros y, por supuesto, grandes historias sobre las verdades de la Política (en mayúscula) que afortunadamente no parecen ser tales.

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Camba, periodismo con ‘flow’

carlosmarmol · 17 abril, 2021 · Deja un comentario

El periodismo es, sobre todo, una cuestión genética. Entiéndase: los escritores de periódicos, una raza en extinción, lo mismo que los valientes indios cheyenes o los tímidos zapateros remendones de la posguerra ancestral, igual que los antiguos aguadores o los vendedores de cirios apagados, nacemos con un cromosoma dislocado y una firne voluntad –a menudo estéril– que nos impulsa a hacer una obra efímera que probablemente no valga gran cosa pero –la ingenuidad de la infancia siempre se impone a la razón– se nos antoja el sursum corda, que es la fórmula retórica con la que empiezan unas misas en las que nadie cree nadie. Ni siquiera nosotros. “Levantemos el corazón”, dice el oficiante. “Lo tenemos levantado hacia el lector”, contestamos. Pero el lector, o acaso su remedo, es escaso, no aparece o huye despavorido. Escribir artículos, reportajes y crónicas, que en el fondo son géneros similares, porque en periodismo no existen los códigos cerrados y, si existieran, sólo servirían para romperlos, es algo perfectamente inútil, pero justo por eso se trata de una forma de pasar el rato –y ganarse una vida que no merecemos– trascendente y algo misteriosa. Su inanidad es lo que dibuja el tamaño de semejante gesta. Y entre los insignes caballeros de la Sagrada Cofradía de la Columna nadie como Julio Camba (1884-1962) cuyo segundo apellido era catalán –Andreu– pero cuyo carácter nadie puede decir que no fuera inequívocamente gallego.

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Las voces del Parnaso

carlosmarmol · 5 diciembre, 2020 · Deja un comentario

En periodismo acostumbra a decirse que un diario que carece de una voz propia –o al que no le interesa tenerla– publica muchas entrevistas. Es una forma de impostura que permite disimular la incapacidad profesional y, de paso, constatar la cobardía de sus editores, circunstancias que no sólo no son contradictorias sino que, con bastante frecuencia, se convierten en complementarias. Lo mejor para no señalarse en exceso –actitud frecuente en este oficio– es dejar que todo el mundo (léase, los amigos de los dueños) hable en sus páginas y, acto seguido, presumir de una gozosa pluralidadque, de puertas adentro, no se practica jamás. En algunas raras ocasiones, sin embargo, se produce el fenómeno contrario: determinadas conversaciones con personajes relevantes, sobre todo si se trata de una publicación plebeya, primeriza o no consolidada, ayudan a una cabecera a dotarse indirectamente de una respetabilidad que no podría lograr por una vía alternativa, dada la ausencia de público, tiempo o confianza. El talento en préstamo siempre suma: ayuda a que se perciba el propio y, a la larga, termina configurando un círculo virtuoso en términos editoriales que, si perdura en el tiempo, contribuye a la supervivencia y a esa forma de éxito periodístico que es la influencia.

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Ilustraciones: Daniel Rosell