Un debate electoral en una televisión pública es, por definición, una sucesión de monólogos encadenados o, si se contempla desde una óptica costumbrista, una réplica de los anuncios de madrugada del canal de la teletienda. No cabe pues esperar milagros. A lo sumo sirve para adivinar, en función de las tácticas, cómo va la campaña. El segundo enfrentamiento entre los candidatos a la presidencia de la Junta de Andalucía, celebrado esta vez en TVE, es difícil que entusiasmara a nadie, pero sí aportó una cierta luz (difusa) sobre cuál es el análisis en los cuarteles de campaña a cinco días del 2D. La principal conclusión es que los socialistas, a los que los sondeos garantizan que serán los más votados, pero no el gobierno, han entendido que su sangría de votos –las encuestas auguran entre siete y diez diputados menos– es ecuménica. Transversal. Con un sinfín de trayectorias. De ahí que Susana Díaz agitase el fantasma de Vox –el partido ultraderechista al que algunos estudios otorgan entre uno y cinco diputados– como argumento de fuerza para erosionar a la alianza PP-Cs, que aún no está formalizada pero es la única opción para conseguir un cambio político en Andalucía.
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