¿De dónde nace el horror? Quizás de la mezcla entre lo brusco y lo suave. Entre lo esperado, un anhelo que se supone positivo, y lo que recibimos –hiel–. Todo miedo es consecuencia de un desastre que todavía no ha llegado pero que ya hemos vivido de antemano. Los miedos de la infancia son fruto de esta contradicción. Esperas besos y te encuentras un tortazo. Aspiras al triunfo y te empadronas de por vida en la avenida del fracaso. La vida maltrata sin cesar nuestros sueños. Luis Rojas Marcos habla de todo esto en su último libro. Y los periódicos lo confirman con una noticia asombrosa que demuestra el grado de destilación artística que puede adquirir la violencia soterrada, metódica, silenciosa.
Literatura
Arqueología de Núñez de Herrera
No hay género malo, sino periodista torpe. También ocurre en literatura: un libro fracasa cuando su autor no logra su objetivo íntimo; el número de lectores, desde el punto de vista artístico, es secundario. En el arte de la escritura y el oficio de la crónica los temas, por muy vulgares que parezcan, nos mejoran porque nos ayudan a descubrir cosas. Son promesas, posibilidades. Hay quien cree que Sevilla, con la que la historia de la literatura ha mantenido una relación esencialmente irónica, ya no puede ser una materia original. Todo está dicho. Alguien, no se sabe bien quién, aunque aspirantes hay cientos, ha establecido el canon de cómo debería contarse. Es falso, por supuesto.
La Noria del sábado en El Mundo.
Dedicatorias de fábrica
Fue en un centro comercial. El consumismo navideño hacía su diciembre con libros, discos, videos, cosas. Fue en Madrid, capital del Reino. Ciudad maldita y profana, la urbe de todos los cafés –que ya no existen–, los callos de la Bodega de Antonio Sanchez, España hecha vísceras; la urbe de tantas ansias e infinitas decepciones. La gente se agolpaba por las galerías. Los libros esperaban en las estanterías que algún Valentino se fijara en ellos. Exigían poco: no pedían un conquistador, sino sólo un posible interesado en el color de su alma. La transacción sería la clásica: dinero a cambio de un trozo de vida hecho signos e impreso en una gavilla de papeles.
Rúas llenas de libros
Los almendros respiran. Los humanos, resoplamos. No damos para más. Los fríos leves de este invierno sureño han llegado con retraso –en realidad no han llegado todavía– y la Feria del Libro, que se estrena este año en el Prado de San Sebastián, se presenta de improviso, sin avisar. Uno no sabe si es por coincidencia, por conveniencia política –que es lo que me temo que ocurre– o por diplomacia comercial. El caso es que, por lo visto, en Navidades se venden más libros que el resto del año, aunque sigan leyéndose exactamente los mismos: pocos. A pesar de esto, todavía queda bien regalarlos, envolverlos, prestarlos; enviarlos con un tarjeta llena de buenos deseos y protocolo gélido. Felices fiestas and all this stuff.
José Luis Jurado: la dicción milagrosa
Antes de que existiera Google, estaba Pepón. En la radio tenía otro nombre: José Luis Jurado. Daba igual. Todos lo llamábamos Pepón. Evidentemente, un exceso –fruto del cariño– por nuestra parte. Nunca nos dio licencia para esta confianza. No hacía falta: como todos los tipos grandes, para estas cosas jamás hubo que pedirle permiso. Protocolo cero; humanidad, cien. Pepón era del linaje de los verdaderamente irrepetibles: inmenso, independiente, cosmopolita, culto y un tipo excelente. También era periodista, un cronista con una dicción milagrosa. Cuando hablaba, sobre todo de las cosas que le gustaban, te llevaba a otro planeta.
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