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Literatura

Roger Wolfe: poesía (realista) para gente normal

carlosmarmol · 7 junio, 2024 ·

Existe una fértil zona de sombra, que es consecuencia también de la ternura traicionada, en esa poesía que decide construirse a sí misma, igual que hacemos los seres humanos con sentido de la voluntad, con los materiales desechados del clasicismo. Los poemas surgidos del desencanto, hijos bastardos del desarraigo o frutos de los desajustes existenciales, gozan de una condición singular que raramente aparece en la literatura razonable: buscan la verdad a toda costa, en contra de todas las convenciones culturales y las preceptivas retóricas. Esta naturaleza rebelde hace que muchos de los poetas de la estirpe del enfado, herederos de ese hastío ancestral que es presente sin dejar nunca de ser pasado, registren con una exactitud meridiana la vida (verdadera) de nuestra época, siempre en fase de descuento. Acaso quien mejor encarne este raro talento en la poesía española de los últimos treinta años sea Roger Wolfe (1962), un poeta de origen inglés, criado en Alicante, perfectamente bilingüe, que irrumpió en el territorio sagrado de la lírica castellana –donde los poetas oficiales se disputaban la menguante monarquía de un reino diminuto– a mitad de la década de los ochenta. Su primer libro –Diecisiete poemas (1986)–, editado en un sello de Málaga propiedad de Ángel Caffarena, el sobrino-librero de Emilio Prados–, y especialmente el segundo –Días perdidos en los transportes públicos (Anthropos, 1992), causaron desazón y sorpresa en el reducido universo insular de la poesía patria por no adscribirse por completo a ninguna de las dos pandillas que entonces competían por la hegemonía cultural.

Las Disidencias en Letra Global.

José Carlos Llop y la elegía de todos los Mediterráneos

carlosmarmol · 7 junio, 2024 ·

Vivimos encadenados a ciertos lugares del mismo modo que a veces nos sentimos atados para siempre a personas concretas, ya sean próximas o unas absolutas desconocidas. No es porque elijamos de verdad, en serio, los espacios en los que vamos a habitar o podamos seleccionar con libertad las almas que nos corromperán, justo después de habernos hecho felices, sino porque no existe una vida que no incluya la búsqueda persistente de un refugio. Tampoco son verdaderas todas las familias emparentadas por los lazos de la sangre. Existen otras: las que creamos a través del afecto anónimo o gracias a la imaginación, las lecturas y las vivencias. El escritor mallorquín José Carlos Llop (Palma,1956) es un ejemplo. No lo conocemos de nada y, sin embargo, cada vez que lo leemos tenemos una extraña sensación de familiaridad. Como si compartiéramos con él ese viaje interior, plástico y sensorial, cargado de sugerencias, que ha hecho por algunos de los escenarios de su vida en Si una mañana de verano, un viajero (Alfaguara), un libro que puede entenderse como un hermoso cuaderno de recuerdos, una gavilla de testimonios familiares o una colección íntima de desahogos –acaso también el borrador adelantado de unas hipotéticas memorias– pero que, además de todas estas cosas, es un ejercicio de sanación. Una forma de consuelo ante la gran herida: el paso del tiempo.

Las Disidencias en The Objective.

Franz Kafka o la polifonía (narrativa) del tormento

carlosmarmol · 24 mayo, 2024 ·

Lo más asombroso de la literatura de Franz Kafka (1883-1924) no es que su apellido terminase dando origen a un adjetivo común –lo kafkiano, esa suerte de pesadilla que encierra dentro de una prisión semántica los tormentos de la existencia cotidiana– sino que, un siglo exacto después de su desaparición, que él hubiera anhelado que fuera un hecho absoluto, sin prolongación posible ni protagonismo en la agenda de la posteridad, todavía identifique, con un rigor meridiano, el eterno sinsentido de la vida. Debemos semejante hallazgo, como es sabido, a la proverbial traición de Max Brod, su amigo y albacea, que violó la promesa de destruir todos sus papeles de trabajo, donde el escritor checo, bajo la forma de una sucesión de apuntes, esbozos e infinitos borradores, dejó una parte más que considerable de su sustancia creadora y el resto, amargo, de sus íntimas premoniciones. Brod no respeto su última voluntad y, acaso para redimirse de este pecado, escribió a continuación una biografía de Kafka que lo acerca a la santidad. Se permitió a continuación acondicionar las primeras ediciones de su obra, añadiendo títulos que el escritor checo nunca puso en sus escritos. Una alteración que han ido corrigiendo las ediciones posteriores, obsesionadas con un imposible: devolver su integridad a los manuscritos que Kafka nunca publicó y que jamás quiso ver editados.

Las Disidencias en Letra Global.

Eugeni Xammar, el genio del periodismo elástico

carlosmarmol · 17 mayo, 2024 ·

A veces conviene mirar hacia atrás. Hasta allí donde nos alcanza la vista. Hay que hacerlo en dirección a ese pretérito que los adanistas afirman que no existe para entender la verdadera esencia de las cosas. Frente a la milonga de que el pasado ya no forma parte de nuestras vidas –sólo porque es un tiempo cumplido– existe un antídoto infalible. Se resume en tres sencillas preguntas: ¿Cómo es tu rostro? ¿Qué idioma que hablas? ¿Quién eres? Si se contesta con sinceridad, virtud escasísima, se convendrá en que todos, con el curso de los años, e incluso tiempo antes, en mayor o menor medida vamos teniendo un rostro similar al de quienes nos engendraron. Obra de la genética, que nos acerca a nuestros difuntos. En relación al idioma, no hay dudas: hablamos una lengua creada por seres desconocidos que fallecieron hace siglos. La tercera cuestión, eterno asunto de discusión de la religión y de la filosofía, parece ontológica o metafísica. Todos nos la hemos formulado alguna vez: ¿Somos quienes soñamos ser o encarnamos el deseo (ajeno) de otros? ¿Nos hemos convertido en el personaje de ficción que imaginó ese niño que dejó de existir y que tuvo, antes de ser asesinado, nuestro mismo nombre?

Las Disidencias en Letra Global.

José Antonio Montano, arte y prodigio del esbozo

carlosmarmol · 17 mayo, 2024 ·

La etimología, por decirlo a la manera del mejor Borges, es también una variante más (en este caso, noble) de la literatura fantástica. Cuando nos preguntamos por el origen y la evolución de una palabra es como si trazásemos el arco completo de una vida (ajena) que, sin embargo, sentimos que nos pertenece, aunque sea de forma lateral. Todos hablamos y escribimos –sin sospecharlo– con las palabras de los muertos. Nos confesamos en un idioma heredado que consideramos inequívocamente nuestro. En el fondo, la literatura no es más que el intento de gobernar este legado idiomático, embridándolo hasta convertirlo en una dicción personal. Suele atribuirse a los grandes escritores –principalmente a los catalogados en la sección de (altos) barrocos y (bajos) letraheridos– el dudoso mérito, que no siempre equivale al talento, de crear un determinado patrón lingüístico y expresivo, algo que dista mucho de ser lo mismo que tener un estilo. Así, por ejemplo, decimos que Shakespeare hizo el inglés –hasta entonces una lengua ruda y extraña– y Cervantes, nuestro infalible semejante, creó ese soberbio español que es capaz de conjugar la piedad con la ironía y el humor con el drama. No se repara tanto, sin embargo, en la capacidad que tienen algunos columnistas de prensa para forjar el lenguaje cotidiano con su sermón de cada día.

Las Disidencias en The Objective.

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Ilustraciones: Daniel Rosell