Sevilla es la capital de la doblez y la mentira. Nada es lo que parece. Y lo que aparenta ser de una determinada forma no lo es en absoluto. La ciudad que ustedes pisan, caballeros, es una sucesión de distintos tiempos, épocas y sustratos, igual que un viejo palimpsesto, término que a determinados monaguillos menores les ponía muy nerviosos in illo tempore debido a su ignorancia solemne, de la que aún no se han curado. Los expertos en temas sevillanos, esa raza inequívocamente indígena, cuyas cátedras valen tanto como los masters de algunas universidades, nos tienen fritos desde hace lustros con dos de sus particulares obsesiones: la idealización caramelizada de Híspalis (que no existe) y la equiparación de la ciudad presente con un pretérito ausente en el que ellos encuentran la grandeur ficticia que, por apropiación, les permite disimular su estrechez mental. Su tesis podría resumirse así: «Nosotros somos grandes porque esta ciudad también lo fue». Como si el talento lo regalaran los abuelos, acaso se heredase y no fuera, como dejó escrito T.S. Eliot, una cualidad estrictamente individual.
Sevilla
La Sevilla mestiza, tres pasos
En Sevilla, que es una ciudad donde algunos hablan, y hasta escriben, con los ripios mojados de un pregón perpetuo, no es fácil encontrar a alguien capaz de expresarse con la libertad de las analogías, que básicamente permiten conectar cosas distintas gracias a una lejana similitud subjetiva. Jakobson, el lingüista ruso, lo expresó, estudiando el mecanismo retórico de la métafora, con una frase insuperable: la magia por contacto. Eso es lo que el cronista siente cuando camina, cual flâneur impertinente, por las ciudades del hombre, que es un título que le tomamos prestado al amigo Antonio Rivero Taravillo, que además de poeta cierto, novelista recurrente y traductor mayúsculo, es el abate (secreto) de la Santa Hermandad de Nuestra Señora de Mary Reyes, cuya collación (secular) radica en la calle de Sevilla con el nombre más hermoso que existe: Habana, esa joya (sentimentalmente recuperada) de ultramar.
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La mayoría en ‘sfumato’
Los catorce meses que restan para las próximas elecciones locales van a ser un infierno para el alcalde de Sevilla, don Espadas, el quietista, cuya capacidad para quedarse petrificado en la arena política municipal sólo es comparable a la de los grandes toreros. La única diferencia es que los maestros de la lidia se volvían quedos, cual estatuas, ante el miedo que sentían delante de la bestia y nuestro alcalde, en cambio, no se mueve porque ha decidido que, estadísticamente hablando, así tiene menos opciones de equivocarse. Sus devotos consideran esta conducta un mérito -la famosa prudencia- pero cuando la gente lo que espera de uno es que tome decisiones igual no es tan buena cosa. En función de lo que ocurra esta Semana Santa veremos cómo sopla el viento, que desde luego no es huracanado, de la reelección.
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El urbanismo ‘solemnis’
La política sevillana tiene una irrefrenable tendencia a la teatralidad, que es esa costumbre local que consiste en hincharse en público sin motivo. Aquí todo es escénico: las puestas de sol, las estampas de los solitarios faroles en los pequeños callejones, los egregios puentes que surcan -hacia ningún sitio- la dársena del Guadalquivir y, por supuesto, las espadañas que nos recuerdan que habitamos en un enclave elegido por los dioses y la naturaleza, aunque no siempre por la inteligencia. Con este patrimonio inmaterial por bandera ya se figurarán ustedes, queridos indígenas, que para nuestros sucesivos alcaldes es más importante contar con don de gentes -aunque tal título no siempre concuerde con sus méritos- que con lo que desde hace cierto tiempo se viene llamando «un modelo de ciudad».
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Alegoría de Narciso con ninfa
Nuestro augurio -tenemos como testigo a un auditorio completo- se ha cumplido con la misma exactitud de un reloj suizo, aunque quizás el interesado alumbramiento de la noticia (relativa) pueda dar al traste con la alianza, que vincula a pesebristas, catadores profesionales del bienmesabe y ninfas (mitológicas) cuyo origen no es precisamente la Atenas de Pericles, sino la rupestrísima Vega del Guadalquivir. El exalcalde Monteseirín deseaba tener una calle. Como lo oyen. A la manera absolutista, que es la personalidad que se oculta bajo su sonrisa. Al hombre le hacía ilusión, aunque lo justificaba apelando al amor materno, que es lo que hacen los que quieren disimular su narcisismo personal. Todos tenemos madre y sabemos que ellas son las únicas que dicen la verdad: a nosotros no nos leen; a él no le votaban.