¿Dónde están? ¿Se acuerda alguien de ellos? Ni Dios, que debería saberlo todo y, como Funes, el memorioso, el protagonista del inquietante relato de Borges, recordar cada instante. A ellos no los recuerda nadie. Pasaron a la historia, que es el olvido, sepultados por un mar de tinta. Alguien dijo hace cierto tiempo que en los periódicos es donde se está escribiendo la mejor prosa de nuestro tiempo. Se trata de una absoluta falacia. Una opinión interesada. Un ejercicio de vanidad y auto-alabanza. Puede que en el pasado, cada vez más lejano, fuera así: los gacetilleros hacían una valiosa literatura doméstica en los noticieros, pero la falta de perspectiva de ciertos editores hizo que la costumbre pasase a mejor vida. Desde entonces en los periódicos se escribe poco de la vida y en exceso de asuntos oficiales, esa cosa que hemos convenido en llamar actualidad. Con frecuencia, su interés es relativo por no decir nulo.
Periodismo
Final de trayecto #2
Los adioses están sobrevalorados. Tienen demasiada buena prensa. Despedirse es un acto de vanidad más que una señal de buena educación, porque quien lo hace da por supuesto que al mundo -los demás- le interesa saber, y puede que incluso lamenten, nuestro tránsito o cambio de estado. Siempre he pensado lo contrario: al mundo le importa un higo lo que nos pase, si salimos o entramos, si escribimos con libertad o bajo el yugo de los señoritos de la marisma meridional. La vida gira todos los días. Todos. Con o sin nosotros. Unas veces estamos arriba, oteando el panorama desde las alturas; otras descendemos a la planta baja, donde debemos arrastrar los pies como almas en vela. La existencia es así: rotunda e ingrata. El tranvía de los sueños de juventud se detiene siempre en la misma esquina secundaria y, cuando te bajas, descubres que envejecer consiste en seguir el trayecto a pie, en dirección hacia un horizonte que no termina de llegar nunca.
La Noria del sábado en El Mundo.
Elogio del periodismo local
El periodismo es un arte fragmentario, hecho de retazos, aproximaciones y desengaños. Quizás por eso a algunos locos, que le hemos dedicado los mejores años de nuestra vida, nos gusta tanto. Las cosas imperfectas son reales; las ideales resultan falsamente perfectas. Como la literatura de los diarios no es más que una variante menor de la poesía vulgar -entendida a la manera de los clásicos-, los periodistas, sobre todo los locales, no tenemos museo ni techo que nos ampare. Nuestros éxitos -contados- se esfuman en cuestión de horas. Nuestros fracasos nos persiguen toda la vida.
La Noria del sábado en El Mundo.
El silencio de la libertad
Hace 18 años, cuando todos éramos más jóvenes, Teresa López Pavón, que es la jefa que cualquiera desearía en un periódico, me lo soltó sin eufemismos: «Mármol, un día te echan y se fuman un puro». Tenía razón, pero yo no lo sabía. Ella, junto a otros compañeros, había sobrevivido a la muerte de Diario 16 y no podía entender que yo, que era un loco, dijera que no a una oferta para unirme a la mejor redacción que existía -y existirá- en Andalucía para marcharme con una pandilla de dementes, desconocidos en su mayoría, a fundar un periódico en la capital de la República Indígena, movido por el mismo espíritu del narrador de Trópico de Cáncer: «No tengo dinero, ni recursos, ni esperanza. Soy el hombre más feliz del mundo».
Las Crónicas Indígenas del viernes en El Mundo.
Días contados
Del periodismo como género literario se han escrito tantas sandeces (ésta es sólo una más) que uno no puede resistirse a incrementar la lista. Ser original, en esto, como en cualquier otro campo del saber, resulta imposible porque, como nos enseñaron los clásicos, en la aparente originalidad no reside la semilla ni de la literatura ni de ninguna de las artes. Todo es plagio creativo. Lo diferencial es el tratamiento, la forma, el estilo con el que se plagia.