Lección primera: “Un periodista no puede quedar a merced de la primera autoridad que se sienta agraviada por sus escritos”. Miguel Delibes dejó esculpido este principio, esencial en el oficio, en una carta que redactó en defensa de Manuel Fernández Areal, al que en 1964 le hicieron un consejo de guerra en Valladolid por proponer en un artículo la reducción del servicio militar. Entonces estaba en la cima: había sido la cabeza visible de El Norte de Castilla, el periódico en el que entró como dibujante un día extraño de 1941 y que, con intervalos, dirigió hasta en dos ocasiones (primero de forma interina; después con todos los honores) y donde hizo de todo. Entre otras cosas, cobijar y formar a periodistas que después hicieron época, como Manuel Leguineche, César Alonso de los Ríos o Francisco Umbral. Instituciones del periodismo español.
Periodismo
Estampas sobre el delirio
Se tienen que tener las cosas muy claras para mandar al diablo la teoría de la pirámide invertida. Cinco preguntas no sirven para contar la verdad. Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 1934-Buenos Aires, 2010) hizo este ejercicio disidente con grata rebeldía y pertinaz vocación. ¿Beneficiarios? Sus lectores, a los que nos deja buenas novelas y un soberbio corpus de artículos y crónicas de nuevo periodismo –el de siempre: andar y contar– donde los recursos literarios, las licencias, no tienen otra misión que decirte lo que pasa. Señores, el periodismo es una cosa seria.
El periodismo acosado
No hay desgracia que no tenga un lado milagroso. La queja de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) denunciando unas supuestas amenazas de los jacobinos de Podemos contra algunos de los periodistas que cubren su actividad pública ha resucitado a un gremio en el que casi todos –si somos sinceros– pensamos que estamos medio muertos, con independencia de si hemos pasado ya por el molesto trance del sepelio (sin honores, por supuesto) o, como dejó escrito Cervantes, caminamos todavía con el pie en el estribo. El acoso a la libertad de prensa es inherente a este hermoso, menguante e incomprendido oficio que consiste, como dejó dicho Manuel Chaves Nogales, en andar y contar lo que pasa. Nada más. Nada menos.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
El oficio de andar y contar
Existen, con variantes, dos estilos de periodistas. Dos, digamos, estirpes. Una: la de aquellos que hablan de sí mismos y, por extensión, de sus amigos, que es otra forma redundante de hablar de uno. Gente que parece estar en el oficio de paso, aunque logren perdurar en el tiempo, con las miras siempre puestas en algún otro sitio, además de en su ombligo. A principios del pasado siglo, éstos eran los periodistas que ambicionaban dar el salto, vivir ese tránsito que consistía en ir desde el periódico a la política, entendida ésta como el ejercicio de un cargo. Igual que antaño se soñaba con ser gobernador civil, ahora hay quien aspira a ser dircom (director de comunicación) o pontificador de cuadrilla. Cuestión de sofisticación. Nombres diferentes para la misma conducta: ir por la vida haciendo lobby, soltanto la vieja frase aquella de «usted es que no sabe con quién está hablando» y mostrándose en los múltiples escenarios del lugar.
Noticia de un arte que se muere
A veces aparece uno de esos libros milagrosos que hacen pensar que quizás no todo esté perdido por completo. Que aún es posible la salvación de este arte menor que cada día que pasa parece más muerto y que los periodistas estamos enterrando después de ser, al mismo tiempo, sus víctimas y sus verdugos. Los dolientes y el muerto del ataúd. El periodismo, ya lo hemos escrito muchas veces, es una de las formas más prosaicas de literatura cotidiana que existen. Igual que cualquier otra artesanía, hasta ahora se ha transmitido entre generaciones cuya formación era una mezcla de vocación y convicción, atributos ambos en franco retroceso. La primera, dadas las cosas, pronto será una utopía. La segunda sencillamente se ha esfumado: el miedo pesa más que los principios. Es así. Es la vida.